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Los 10 mejores poemas de Gabriela Mistral

    10 poemas de Gabriela Mistral que debes leer al menos una vez en tu vida

    Gabriela Mistral fue la primera escritora latinoamericana en recibir el Premio Nobel de Literatura y a su vez una de las voces más profundas y humanas de la poesía del siglo XX.

    10 mejores poemas de Gabriela Mistral

    Su obra toca temas como el amor, el dolor, la maternidad, la infancia y la tierra natal con una intensidad que atraviesa generaciones.

    En este artículo te presento los 10 mejores poemas de Gabriela Mistral, aquellos que han marcado la historia de la literatura y que aún siguen emocionando a lectores en todo el mundo.

    ¿Quién fue Gabriela Mistral?

    Gabriela Mistral (1889–1957) fue una poeta, diplomática y pedagoga chilena. Su verdadero nombre era Lucila Godoy Alcayaga. Su poesía se caracteriza por una sensibilidad única, una voz maternal universal y un profundo compromiso humano. En 1945, fue galardonada con el Premio Nobel de Literatura, siendo la primera mujer iberoamericana en recibir tal distinción.

    Los 10 mejores poemas de Gabriela Mistral

    A continuación, te comparto una selección de sus poemas más memorables para que puedas sumergirte en su mundo poético:

    1.Desolación

    La bruma espesa, eterna, para que olvide dónde
    me ha arrojado la mar en su ola de salmuera.
    La tierra a la que vine no tiene primavera:
    tiene su noche larga que cual madre me esconde.

    El viento hace a mi casa su ronda de sollozos
    y de alarido, y quiebra, como un cristal, mi grito.
    Y en la llanura blanca, de horizonte infinito,
    miro morir intensos ocasos dolorosos.

    ¿A quién podrá llamar la que hasta aquí ha venido
    si más lejos que ella sólo fueron los muertos?
    ¡Tan sólo ellos contemplan un mar callado y yerto
    crecer entre sus brazos y los brazos queridos!

    Los barcos cuyas velas blanquean en el puerto
    vienen de tierras donde no están los que no son míos;
    sus hombres de ojos claros no conocen mis ríos
    y traen frutos pálidos, sin la luz de mis huertos.

    Y la interrogación que sube a mi garganta
    al mirarlos pasar, me desciende, vencida:
    hablan extrañas lenguas y no la conmovida
    lengua que en tierras de oro mi pobre madre canta.

    Miro bajar la nieve como el polvo en la huesa;
    miro crecer la niebla como el agonizante,
    y por no enloquecer no encuentro los instantes,
    porque la noche larga ahora tan solo empieza.

    Miro el llano extasiado y recojo su duelo,
    que viene para ver los paisajes mortales.
    La nieve es el semblante que asoma a mis cristales:
    ¡siempre será su albura bajando de los cielos!

    Siempre ella, silenciosa, como la gran mirada
    de Dios sobre mí; siempre su azahar sobre mi casa;
    siempre, como el destino que ni mengua ni pasa,
    descenderá a cubrirme, terrible y extasiada.

    10 mejores poemas de Gabriela Mistral

    2. Besos

    Hay besos que pronuncian por sí solos
    la sentencia de amor condenatoria,
    hay besos que se dan con la mirada
    hay besos que se dan con la memoria.

    Hay besos silenciosos, besos nobles
    hay besos enigmáticos, sinceros
    hay besos que se dan sólo las almas
    hay besos por prohibidos, verdaderos.

    Hay besos que calcinan y que hieren,
    hay besos que arrebatan los sentidos,
    hay besos misteriosos que han dejado
    mil sueños errantes y perdidos.

    Hay besos problemáticos que encierran
    una clave que nadie ha descifrado,
    hay besos que engendran la tragedia
    cuantas rosas en broche han deshojado.

    Hay besos perfumados, besos tibios
    que palpitan en íntimos anhelos,
    hay besos que en los labios dejan huellas
    como un campo de sol entre dos hielos.

    Hay besos que parecen azucenas
    por sublimes, ingenuos y por puros,
    hay besos traicioneros y cobardes,
    hay besos maldecidos y perjuros.

    Judas besa a Jesús y deja impresa
    en su rostro de Dios, la felonía,
    mientras la Magdalena con sus besos
    fortifica piadosa su agonía.

    Desde entonces en los besos palpita
    el amor, la traición y los dolores,
    en las bodas humanas se parecen
    a la brisa que juega con las flores.

    Hay besos que producen desvaríos
    de amorosa pasión ardiente y loca,
    tú los conoces bien son besos míos
    inventados por mí, para tu boca.

    Besos de llama que en rastro impreso
    llevan los surcos de un amor vedado,
    besos de tempestad, salvajes besos
    que solo nuestros labios han probado.

    ¿Te acuerdas del primero…? Indefinible;
    cubrió tu faz de cárdenos sonrojos
    y en los espasmos de emoción terrible,
    llenáronse de lágrimas tus ojos.

    ¿Te acuerdas que una tarde en loco exceso
    te vi celoso imaginando agravios,
    te suspendí en mis brazos… vibró un beso,
    y qué viste después…? Sangre en mis labios.

    Yo te enseñé a besar: los besos fríos
    son de impasible corazón de roca,
    yo te enseñé a besar con besos míos
    inventados por mí, para tu boca.

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    3. Caricias

    Madre, madre, tú me besas,
    pero yo te beso más,
    y el enjambre de mis besos
    no te deja ni mirar…

    Si la abeja se entra al lirio,
    no se siente su aletear.
    Cuando escondes a tu hijito
    ni se le oye respirar…

    Yo te miro, yo te miro
    sin cansarme de mirar,
    y qué lindo niño veo
    a tus ojos asomar…

    El estanque copia todo
    lo que tú mirando estás;
    pero tú en las niñas tienes
    a tu hijo y nada más.

    Los ojitos que me diste
    me los tengo de gastar
    en seguirte por los valles,
    por el cielo y por el mar…

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    4. Canción amarga

    ¡Ay! ¡Juguemos, hijo mío,
    a la reina con el rey!

    Este verde campo es tuyo.
    ¿De quién más podría ser?
    Las oleadas de la alfalfa
    para ti se han de mecer.

    Este valle es todo tuyo.
    ¿De quién más podría ser?
    Para que los disfrutemos
    los pomares se hacen miel.

    (¡Ay! ¡No es cierto que tiritas
    como el Niño de Belén
    y que el seno de tu madre
    se secó de padecer!)

    El cordero está espesando
    el vellón que he de tejer.
    Y son tuyas las majadas,
    ¿De quién más podrían ser?

    Y la leche del establo
    que en la ubre ha de correr,
    y el manojo de las mieses
    ¿de quién más podrían ser?

    (¡Ay! ¡No es cierto que tiritas
    como el Niño de Belén
    y que el seno de tu madre
    se secó de padecer!)

    ¡Sí! ¡Juguemos, hijo mío,
    a la reina con el rey!

    10 mejores poemas de Gabriela Mistral

    5. Piececitos

    Piececitos de niño,
    azulosos de frío,
    ¡cómo os ven y no os cubren,
    Dios mío!

    ¡Piececitos heridos
    por los guijarros todos,
    ultrajados de nieves
    y lodos!

    El hombre ciego ignora
    que por donde pasáis,
    una flor de luz viva
    dejáis;

    que allí donde ponéis
    la plantita sangrante,
    el nardo nace más
    fragante.

    Sed, puesto que marcháis
    por los caminos rectos,
    heroicos como sois
    perfectos.

    Piececitos de niño,
    dos joyitas sufrientes,
    ¡cómo pasan sin veros
    las gentes!

    6. Dame la mano

    Dame la mano y danzaremos;
    dame la mano y me amarás.
    Como una sola flor seremos,
    como una flor, y nada más…

    El mismo verso cantaremos,
    al mismo paso bailarás.
    Como una espiga ondularemos,
    como una espiga, y nada más.

    Te llamas Rosa y yo Esperanza;
    pero tu nombre olvidarás,
    porque seremos una danza
    en la colina y nada más…

    7. Balada

    Él pasó con otra;
    yo le vi pasar.
    Siempre dulce el viento
    y el camino en paz.
    ¡Y estos ojos míseros
    le vieron pasar!

    Él va amando a otra
    por la tierra en flor.
    Ha abierto el espino;
    pasa una canción.
    ¡Y él va amando a otra
    por la tierra en flor!

    El besó a la otra
    a orillas del mar;
    resbaló en las olas
    la luna de azahar.
    ¡Y no untó mi sangre
    la extensión del mar!

    El irá con otra
    por la eternidad.
    Habrá cielos dulces.
    (Dios quiera callar.)
    ¡Y él irá con otra
    por la eternidad!

    8.Todas ibamos a ser reinas

    Todas íbamos a ser reinas,
    de cuatro reinos sobre el mar:
    Rosalía con Efigenia
    y Lucila con Soledad.

    En el valle de Elqui, ceñido
    de cien montañas o de más,
    que como ofrendas o tributos
    arden en rojo y azafrán,

    Lo decíamos embriagadas,
    y lo tuvimos por verdad,
    que seríamos todas reinas
    y llegaríamos al mar.

    Con las trenzas de los siete años,
    y batas claras de percal,
    persiguiendo tordos huidos
    en la sombra del higueral,

    De los cuatro reinos, decíamos,
    indudables como el Korán,
    que por grandes y por cabales
    alcanzarían hasta el mar.

    Cuatro esposos desposarían,
    por el tiempo de desposar,
    y eran reyes y cantadores
    como David, rey de Judá.

    Y de ser grandes nuestros reinos,
    ellos tendrían, sin faltar,
    mares verdes, mares de algas,
    y el ave loca del faisán.

    Y de tener todos los frutos,
    árbol de leche, árbol del pan,
    el guayacán no cortaríamos
    ni morderíamos metal.

    Todas íbamos a ser reinas,
    y de verídico reinar;
    pero ninguna ha sido reina
    ni en Arauco ni en Copán.

    Rosalía besó marino
    ya desposado en el mar,
    y al besador, en las Guaitecas,
    se lo comió la tempestad.

    Soledad crió siete hermanos
    y su sangre dejó en su pan,
    y sus ojos quedaron negros
    de no haber visto nunca el mar.

    En las viñas de Montegrande,
    con su puro seno candeal,
    mece los hijos de otras reinas
    y los suyos no mecerá.

    Efigenia cruzó extranjero
    en las rutas, y sin hablar,
    le siguió, sin saberle nombre,
    porque el hombre parece el mar.

    Y Lucila, que hablaba a río,
    a montaña y cañaveral,
    en las lunas de la locura
    recibió reino de verdad.

    En las nubes contó diez hijos
    y en los salares su reinar,
    en los ríos ha visto esposos
    y su manto en la tempestad.

    Pero en el Valle de Elqui, donde
    son cien montañas o son más,
    cantan las otras que vinieron
    y las que vienen cantarán:

    ?«En la tierra seremos reinas,
    y de verídico reinar,
    y siendo grandes nuestros reinos,
    llegaremos todas al mar».

    9. Riqueza

    Tengo la dicha fiel
    y la dicha perdida:
    la una como rosa,
    la otra como espina.
    De lo que me robaron
    no fui desposeída;
    tengo la dicha fiel
    y la dicha perdida,
    y estoy rica de púrpura
    y de melancolía.
    ¡Ay, qué amante es la rosa
    y qué amada la espina!
    Como el doble contorno
    de dos frutas mellizas
    tengo la dicha fiel
    y la dicha perdida.

    10. Poema del hijo

    I

    ¡Un hijo, un hijo, un hijo! Yo quise un hijo tuyo
    y mío, allá en los días del éxtasis ardiente,
    en los que hasta mis huesos temblaron de tu arrullo
    y un ancho resplandor creció sobre mi frente.

    Decía: ¡un hijo!, como el árbol conmovido
    de primavera alarga sus yemas hacia el cielo.
    ¡Un hijo con los ojos de Cristo engrandecidos,
    la frente de estupor y los labios de anhelo!

    Sus brazos en guirnalda a mi cuello trenzados;
    el río de mi vida bajando a él, fecundo,
    y mis entrañas como perfume derramado
    ungiendo con su marcha las colinas del mundo.

    Al cruzar una madre grávida, la miramos
    con los labios convulsos y los ojos de ruego,
    cuando en las multitudes con nuestro amor pasamos.
    ¡Y un niño de ojos dulces nos dejó como ciegos!

    En las noches, insomne de dicha y de visiones,
    la lujuria de fuego no descendió a mi lecho.
    Para el que nacería vestido de canciones
    yo extendía mi brazo, yo ahuecaba mi pecho…

    El sol no parecíame, para bañarlo, intenso;
    mirándome, yo odiaba, por toscas, mis rodillas;
    mi corazón, confuso, temblaba al don inmenso;
    ¡y un llanto de humildad regaba mis mejillas!

    Y no temí a la muerte, disgregadora impura;
    los ojos de él libraron los tuyos de la nada,
    y a la mañana espléndida o a la luz insegura
    yo hubiera caminado bajo de esa mirada…

    II

    Ahora tengo treinta años, y mis sienes jaspea
    la ceniza precoz de la muerte. En mis días,
    como la lluvia eterna de los polos, gotea
    la amargura con lágrimas lentas, salobre y fría.

    Mientras arde la llama del pino, sosegada,
    mirando a mis entrañas pienso qué hubiera sido
    un hijo mío, infante con mi boca cansada,
    mi amargo corazón y mi voz de vencido.

    Y con tu corazón, el fruto de veneno,
    y tus labios que hubieran otra vez renegado.
    Cuarenta lunas él no durmiera en mi seno,
    que sólo por ser tuyo me hubiese abandonado.

    Y en qué huertas en flor, junto a qué aguas corrientes
    lavara, en primavera, su sangre de mi pena,
    si fui triste en las landas y en las tierras clementes,
    y en toda tarde mística hablaría en sus venas.

    Y el horror de que un día, con la boca quemante
    de rencor, me dijera lo que dije a mi padre:
    «¿Por qué ha sido fecunda tu carne sollozante
    y se henchieron de néctar los pechos de mi madre?»

    Siento el amargo goce de que duermas abajo
    en tu lecho de tierra, y un hijo no meciera
    mi mano, por dormir yo también sin trabajos
    y sin remordimientos, bajo una zarza fiera.

    Porque yo no cerrara los párpados, y loca
    escuchase a través de la muerte, y me hincara,
    deshechas las rodillas, retorcida la boca,
    si lo viera pasar con mi fiebre en su cara.

    Y la tregua de Dios a mí no descendiera:
    en la carne inocente me hirieran los malvados,
    y por la eternidad mis venas exprimieran
    sobre mis hijos de ojos y de frente extasiados.

    ¡Bendito pecho mío en que a mis gentes hundo
    y bendito mi vientre en que mi raza muere!
    ¡La cara de mi madre ya no irá por el mundo
    ni su voz sobre el viento, trocada en miserere!

    La selva hecha cenizas retoñará cien veces
    y caerá cien veces, bajo el hacha, madura.
    Caeré para no alzarme en el mes de las mieses;
    conmigo entran los míos a la noche que dura.

    Y como si pagara la deuda de una raza,
    taladran los dolores mi pecho cual colmena.
    Vivo una vida entera en cada hora que pasa;
    como el río hacia el mar, van amargas mis venas.

    Mis pobres muertos miran el sol y los ponientes
    con un ansia tremenda, porque ya en mí se ciegan.
    Se me cansan los labios de las preces fervientes
    que antes que yo enmudezca por mi canción entregan.

    No sembré por mi troje, no enseñé para hacerme
    un brazo con amor para la hora postrera,
    cuando mi cuello roto no pueda sostenerme
    y mi mano tantee la sábana ligera.

    Apacenté los hijos ajenos, colmé el troje
    con los trigos divinos, y sólo a Ti espero,
    ¡Padre nuestro que estás en los cielos!, recoge
    mi cabeza mendiga, si en esta noche muero.

    Poema Bonus:

    Creo en mi corazón

    Creo en mi corazón, ramo de aromas
    que mi Señor como una fronda agita,
    perfumando de amor toda la vida
    y haciéndola bendita.

    Creo en mi corazón, el que no pide
    nada porque es capaz del sumo ensueño
    y abraza en el ensueño lo creado:
    ¡inmenso dueño!

    Creo en mi corazón, que cuando canta
    hunde en el Dios profundo el franco herido,
    para subir de la piscina viva
    recién nacido

    Creo en mi corazón, el que tremola
    porque lo hizo el que turbó los mares,
    y en el que da la Vida orquestaciones
    como de pleamares.

    Creo en mi corazón, el que yo exprimo
    para teñir el lienzo de la vida
    de rojez o palor y que le ha hecho
    veste encendida.

    Creo en mi corazón, el que en la siembra
    por el surco sin fin fue acrecentando.
    Creo en mi corazón, siempre vertido,
    pero nunca vaciado.

    Creo en mi corazón, en que el gusano
    no ha de morder, pues mellará a la muerte;
    creo en mi corazón, el reclinado
    en el pecho de Dios terrible y fuerte.

    Poesía que sigue viva

    Gabriela Mistral no fue solo una poeta de su tiempo: su voz sigue hablándonos hoy con la misma fuerza, ternura y profundidad. Leerla es reencontrarse con lo esencial: la infancia, el amor, el dolor y la esperanza. Estos 10 poemas inolvidables son una puerta de entrada a una obra rica, compleja y luminosa.

    Datos interesantes de la poetisa:

    ¿Cuál fue el primer libro de Gabriela Mistral?

    Desolación, publicado en 1922.

    ¿Qué temas trata su poesía?

    Infancia, maternidad, muerte, amor, naturaleza, dolor, justicia social.

    ¿Por qué Gabriela Mistral es importante?

    Por ser una de las voces más poderosas de la poesía latinoamericana, pionera como mujer y referente de sensibilidad y compromiso humano.

    ¿Cuándo ganó Gabriela Mistral el Premio Nobel de Literatura?

    Gabriela Mistral recibió el Premio Nobel de Literatura en 1945, siendo la primera escritora latinoamericana en obtener este reconocimiento. Fue premiada por su poesía llena de emoción, idealismo y fuerza humanitaria.

    ¿Qué influencia tuvo Gabriela Mistral en la educación?

    Además de poeta, Mistral fue una educadora comprometida. Participó activamente en la reforma educativa en México y defendió el acceso a la educación como derecho universal, especialmente para mujeres y niños.

    ¿Qué importancia tiene Gabriela Mistral en la literatura chilena?

    Es considerada una de las figuras más influyentes de la literatura chilena. Su legado no solo está en su poesía, sino en su aporte a la identidad cultural del país y a la lucha por los derechos humanos.

    ¿Dónde se pueden leer los poemas de Gabriela Mistral?

    Sus obras están disponibles en librerías, bibliotecas digitales, y muchas pueden leerse gratuitamente en sitios oficiales de literatura latinoamericana o en dominios públicos. Libros como Desolación, Ternura y Lagar son indispensables.

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