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Portada » 10 poemas inolvidables de Miguel Hernández

10 poemas inolvidables de Miguel Hernández

    Miguel Hernández fue uno de los poetas más intensos y auténticos de la literatura española del siglo XX.

    Su vida fue breve pero fulgurante, marcada por el compromiso político, la pasión amorosa y la tragedia. Desde la sensibilidad campesina hasta la profundidad existencial, su obra es un testimonio de amor, lucha y humanidad.

    En este post te presento 10 de los poemas más inolvidables de Miguel Hernández, poemas que siguen estremeciendo corazones generación tras generación:

    1. Elegía a Ramón Sijé

    (En Orihuela, su pueblo y el mío, se
    me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
    con quien tanto quería.)

    Yo quiero ser llorando el hortelano
    de la tierra que ocupas y estercolas,
    compañero del alma, tan temprano.

    Alimentando lluvias, caracolas
    y órganos mi dolor sin instrumento,
    a las desalentadas amapolas

    daré tu corazón por alimento.
    Tanto dolor se agrupa en mi costado,
    que por doler me duele hasta el aliento.

    Un manotazo duro, un golpe helado,
    un hachazo invisible y homicida,
    un empujón brutal te ha derribado.

    No hay extensión más grande que mi herida,
    lloro mi desventura y sus conjuntos
    y siento más tu muerte que mi vida.

    Ando sobre rastrojos de difuntos,
    y sin calor de nadie y sin consuelo
    voy de mi corazón a mis asuntos.

    Temprano levantó la muerte el vuelo,
    temprano madrugó la madrugada,
    temprano estás rodando por el suelo.

    No perdono a la muerte enamorada,
    no perdono a la vida desatenta,
    no perdono a la tierra ni a la nada.

    En mis manos levanto una tormenta
    de piedras, rayos y hachas estridentes
    sedienta de catástrofes y hambrienta.

    Quiero escarbar la tierra con los dientes,
    quiero apartar la tierra parte a parte
    a dentelladas secas y calientes.

    Quiero minar la tierra hasta encontrarte
    y besarte la noble calavera
    y desamordazarte y regresarte.

    Volverás a mi huerto y a mi higuera:
    por los altos andamios de las flores
    pajareará tu alma colmenera

    de angelicales ceras y labores.
    Volverás al arrullo de las rejas
    de los enamorados labradores.

    Alegrarás la sombra de mis cejas,
    y tu sangre se irán a cada lado
    disputando tu novia y las abejas.

    Tu corazón, ya terciopelo ajado,
    llama a un campo de almendras espumosas
    mi avariciosa voz de enamorado.

    A las aladas almas de las rosas
    del almendro de nata te requiero,
    que tenemos que hablar de muchas cosas,
    compañero del alma, compañero.

    2. Nanas de la Cebolla

    La cebolla es escarcha
    cerrada y pobre:
    escarcha de tus días
    y de mis noches.
    Hambre y cebolla:
    hielo negro y escarcha
    grande y redonda.

    En la cuna del hambre
    mi niño estaba.
    Con sangre de cebolla
    se amamantaba.
    Pero tu sangre,
    escarchada de azúcar,
    cebolla y hambre.

    Una mujer morena,
    resuelta en luna,
    se derrama hilo a hilo
    sobre la cuna.
    Ríete, niño,
    que te tragas la luna
    cuando es preciso.

    Alondra de mi casa,
    ríete mucho.
    Es tu risa en los ojos
    la luz del mundo.
    Ríete tanto
    que en el alma al oírte,
    bata el espacio.

    Tu risa me hace libre,
    me pone alas.
    Soledades me quita,
    cárcel me arranca.
    Boca que vuela,
    corazón que en tus labios
    relampaguea.

    Es tu risa la espada
    más victoriosa.
    Vencedor de las flores
    y las alondras.
    Rival del sol.
    Porvenir de mis huesos
    y de mi amor.

    La carne aleteante,
    súbito el párpado,
    el vivir como nunca
    coloreado.
    ¡Cuánto jilguero
    se remonta, aletea,
    desde tu cuerpo!

    Desperté de ser niño.
    Nunca despiertes.
    Triste llevo la boca.
    Ríete siempre.
    Siempre en la cuna,
    defendiendo la risa
    pluma por pluma.

    Ser de vuelo tan alto,
    tan extendido,
    que tu carne parece
    cielo cernido.
    ¡Si yo pudiera
    remontarme al origen
    de tu carrera!

    Al octavo mes ríes
    con cinco azahares.
    Con cinco diminutas
    ferocidades.
    Con cinco dientes
    como cinco jazmines
    adolescentes.

    Frontera de los besos
    serán mañana,
    cuando en la dentadura
    sientas un arma.
    Sientas un fuego
    correr dientes abajo
    buscando el centro.

    Vuela niño en la doble
    luna del pecho.
    Él, triste de cebolla.
    Tú, satisfecho.
    No te derrumbes.
    No sepas lo que pasa
    ni lo que ocurre.

    3. Menos tu vientre

    Menos tu vientre,
    todo es confuso.
    Menos tu vientre,
    todo es futuro
    fugaz, pasado
    baldío, turbio.
    Menos tu vientre,
    todo es oculto.
    Menos tu vientre,
    todo inseguro,
    todo postrero,
    polvo sin mundo.
    Menos tu vientre,
    todo es oscuro.
    Menos tu vientre
    claro y profundo.

    4. Para la libertad

    Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
    Para la libertad, mis ojos y mis manos,
    como un árbol carnal, generoso y cautivo,
    doy a los cirujanos.

    Para la libertad siento más corazones
    que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,
    y entro en los hospitales, y entro en los algodones
    como en las azucenas.

    Para la libertad me desprendo a balazos
    de los que han revolcado su estatua por el lodo.
    Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,
    de mi casa, de todo.

    Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,
    ella pondrá dos piedras de futura mirada
    y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
    en la carne talada.

    Retoñarán aladas de savia sin otoño
    reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
    Porque soy como el árbol talado, que retoño:
    porque aún tengo la vida.

    5. Vientos del pueblo me llevan

    Vientos del pueblo me llevan,
    vientos del pueblo me arrastran,
    me esparcen el corazón
    y me aventan la garganta.

    Los bueyes doblan la frente,
    impotentemente mansa,
    delante de los castigos:
    los leones la levantan
    y al mismo tiempo castigan
    con su clamorosa zarpa.

    No soy un de pueblo de bueyes,
    que soy de un pueblo que embargan
    yacimientos de leones,
    desfiladeros de águilas
    y cordilleras de toros
    con el orgullo en el asta.
    Nunca medraron los bueyes
    en los páramos de España.

    ¿Quién habló de echar un yugo
    sobre el cuello de esta raza?
    ¿Quién ha puesto al huracán
    jamás ni yugos ni trabas,
    ni quién al rayo detuvo
    prisionero en una jaula?

    Asturianos de braveza,
    vascos de piedra blindada,
    valencianos de alegría
    y castellanos de alma,
    labrados como la tierra
    y airosos como las alas;
    andaluces de relámpagos,
    nacidos entre guitarras
    y forjados en los yunques
    torrenciales de las lágrimas;
    extremeños de centeno,
    gallegos de lluvia y calma,
    catalanes de firmeza,
    aragoneses de casta,
    murcianos de dinamita
    frutalmente propagada,
    leoneses, navarros, dueños
    del hambre, el sudor y el hacha,
    reyes de la minería,
    señores de la labranza,
    hombres que entre las raíces,
    como raíces gallardas,
    vais de la vida a la muerte,
    vais de la nada a la nada:
    yugos os quieren poner
    gentes de la hierba mala,
    yugos que habéis de dejar
    rotos sobre sus espaldas.

    Crepúsculo de los bueyes
    está despuntando el alba.

    Los bueyes mueren vestidos
    de humildad y olor de cuadra;
    las águilas, los leones
    y los toros de arrogancia,
    y detrás de ellos, el cielo
    ni se enturbia ni se acaba.
    La agonía de los bueyes
    tiene pequeña la cara,
    la del animal varón
    toda la creación agranda.

    Si me muero, que me muera
    con la cabeza muy alta.
    Muerto y veinte veces muerto,
    la boca contra la grama,
    tendré apretados los dientes
    y decidida la barba.

    Cantando espero a la muerte,
    que hay ruiseñores que cantan
    encima de los fusiles
    y en medio de las batallas.

    6. Canción última

    Pintada, no vacía:
    pintada está mi casa
    del color de las grandes
    pasiones y desgracias.

    Regresará del llanto
    adonde fue llevada
    con su desierta mesa
    con su ruinosa cama.

    Florecerán los besos
    sobre las almohadas.
    Y en torno de los cuerpos
    elevará la sábana
    su intensa enredadera
    nocturna, perfumada.

    El odio se amortigua
    detrás de la ventana.

    Será la garra suave.

    Dejadme la esperanza.

    7. Las manos

    Dos especies de manos se enfrentan en la vida,
    brotan del corazón, irrumpen por los brazos,
    saltan, y desembocan sobre la luz herida
    a golpes, a zarpazos.

    La mano es la herramienta del alma, su mensaje,
    y el cuerpo tiene en ella su rama combatiente.
    Alzad, moved las manos en un gran oleaje,
    hombres de mi simiente.

    Ante la aurora veo surgir las manos puras
    de los trabajadores terrestres y marinos,
    como una primavera de alegres dentaduras,
    de dedos matutinos.

    Endurecidamente pobladas de sudores,
    retumbantes las venas desde las uñas rotas,
    constelan los espacios de andamios y clamores,
    relámpagos y gotas.

    Conducen herrerías, azadas y telares,
    muerden metales, montes, raptan hachas, encinas,
    y construyen, si quieren, hasta en los mismos mares
    fábricas, pueblos, minas.

    Estas sonoras manos oscuras y lucientes
    las reviste una piel de invencible corteza,
    y son inagotables y generosas fuentes
    de vida y de riqueza.

    Como si con los astros el polvo peleara,
    como si los planetas lucharan con gusanos,
    la especie de las manos trabajadora y clara
    lucha con otras manos.

    Feroces y reunidas en un bando sangriento
    avanzan al hundirse los cielos vespertinos
    unas manos de hueso lívido y avariento,
    paisaje de asesinos.

    No han sonado: no cantan. Sus dedos vagan roncos,
    mudamente aletean, se ciernen, se propagan.
    Ni tejieron la pana, ni mecieron los troncos,
    y blandas de ocio vagan.

    Empuñan crucifijos y acaparan tesoros
    que a nadie corresponden sino a quien los labora,
    y sus mudos crepúsculos absorben los sonoros
    caudales de la aurora.

    Orgullo de puñales, arma de bombardeos
    con un cáliz, un crimen y un muerto en cada uña:
    ejecutoras pálidas de los negros deseos
    que la avaricia empuña.

    ¿Quién lavará estas manos fangosas que se extienden
    al agua y la deshonran, enrojecen y estragan?
    Nadie lavará manos que en el puñal se encienden
    y en el amor se apagan.

    Las laboriosas manos de los trabajadores
    caerán sobre vosotras con dientes y cuchillas.
    Y las verán cortadas tantos explotadores
    en sus mismas rodillas.

    8. Elegía primera

    Atraviesa la muerte con herrumbrosas lanzas,
    y en traje de cañón, las parameras
    donde cultiva el hombre raíces y esperanzas,
    y llueve sal, y esparce calaveras.

    Verdura de las eras,
    ¿qué tiempo prevalece la alegría?
    El sol pudre la sangre, la cubre de asechanzas
    y hace brotar la sombra más sombría.

    El dolor y su manto
    vienen una vez más a nuestro encuentro.
    Y una vez más al callejón del llanto
    lluviosamente entro.

    Siempre me veo dentro
    de esta sombra de acíbar revocada,
    amasado con ojos y bordones,
    que un candil de agonía tiene puesto a la entrada
    y un rabioso collar de corazones.

    Llorar dentro de un pozo,
    en la misma raíz desconsolada
    del agua, del sollozo,
    del corazón quisiera:
    donde nadie me viera la voz ni la mirada,
    ni restos de mis lágrimas me viera.

    Entro despacio, se me cae la frente
    despacio, el corazón se me desgarra
    despacio, y despaciosa y negramente
    vuelvo a llorar al pie de una guitarra.

    Entre todos los muertos de elegía,
    sin olvidar el eco de ninguno,
    por haber resonado más en el alma mía,
    la mano de mi llanto escoge uno.

    Federico García
    hasta ayer se llamó: polvo se llama.
    Ayer tuvo un espacio bajo el día
    que hoy el hoyo le da bajo la grama.

    ¡Tanto fue! ¡Tanto fuiste y ya no eres!
    Tu agitada alegría,
    que agitaba columnas y alfileres,
    de tus dientes arrancas y sacudes,
    y ya te pones triste, y sólo quieres
    ya el paraíso de los ataúdes.

    Vestido de esqueleto,
    durmiéndote de plomo,
    de indiferencia armado y de respeto,
    te veo entre tus cejas si me asomo.

    Se ha llevado tu vida de palomo,
    que ceñía de espuma
    y de arrullos el cielo y las ventanas,
    como un raudal de pluma
    el viento que se lleva las semanas.

    Primo de las manzanas,
    no podrá con tu savia la carcoma,
    no podrá con tu muerte la lengua del gusano,
    y para dar salud fiera a su poma
    elegirá tus huesos el manzano.

    Cegado el manantial de tu saliva,
    hijo de la paloma,
    nieto del ruiseñor y de la oliva:
    serás, mientras la tierra vaya y vuelva,
    esposo siempre de la siempreviva,
    estiércol padre de la madreselva.

    ¡Qué sencilla es la muerte: qué sencilla,
    pero qué injustamente arrebatada!
    No sabe andar despacio, y acuchilla
    cuando menos se espera su turbia cuchillada.

    Tú, el más firme edificio, destruido,
    tú, el gavilán más alto, desplomado,
    tú, el más grande rugido,
    callado, y más callado, y más callado.

    Caiga tu alegre sangre de granado,
    como un derrumbamiento de martillos feroces,
    sobre quien te detuvo mortalmente.
    Salivazos y hoces
    caigan sobre la mancha de su frente.

    Muere un poeta y la creación se siente
    herida y moribunda en las entrañas.
    Un cósmico temblor de escalofríos
    mueve temiblemente las montañas,
    un resplandor de muerte la matriz de los ríos.

    Oigo pueblos de ayes y valles de lamentos,
    veo un bosque de ojos nunca enjutos,
    avenidas de lágrimas y mantos:
    y en torbellino de hojas y de vientos,
    lutos tras otros lutos y otros lutos,
    llantos tras otros llantos y otros llantos.

    No aventarán, no arrastrarán tus huesos,
    volcán de arrope, trueno de panales,
    poeta entretejido, dulce, amargo,
    que al calor de los besos
    sentiste, entre dos largas hileras de puñales,
    largo amor, muerte larga, fuego largo.

    Por hacer a tu muerte compañía,
    vienen poblando todos los rincones
    del cielo y de la tierra bandadas de armonía,
    relámpagos de azules vibraciones.
    Crótalos granizados a montones,
    batallones de flautas, panderos y gitanos,
    ráfagas de abejorros y violines,
    tormentas de guitarras y pianos,
    irrupciones de trompas y clarines.

    Pero el silencio puede más que tanto instrumento.

    Silencioso, desierto, polvoriento
    en la muerte desierta,
    parece que tu lengua, que tu aliento,
    los ha cerrado el golpe de una puerta.

    Como si paseara con tu sombra,
    paseo con la mía
    por una tierra que el silencio alfombra,
    que el ciprés apetece más sombría.

    Rodea mi garganta tu agonía
    como un hierro de horca
    y pruebo una bebida funeraria.
    Tú sabes, Federico García Lorca,
    que soy de los que gozan una muerte diaria.

    9. La Boca

    Boca que arrastra mi boca:
    boca que me has arrastrado:
    boca que vienes de lejos
    a iluminarme de rayos.

    Alba que das a mis noches
    un resplandor rojo y blanco.
    Boca poblada de bocas:
    pájaro lleno de pájaros.
    Canción que vuelve las alas
    hacia arriba y hacia abajo.
    Muerte reducida a besos,
    a sed de morir despacio,
    das a la grama sangrante
    dos fúlgidos aletazos.
    El labio de arriba el cielo
    y la tierra el otro labio.

    Beso que rueda en la sombra:
    beso que viene rodando
    desde el primer cementerio
    hasta los últimos astros.
    Astro que tiene tu boca
    enmudecido y cerrado
    hasta que un roce celeste
    hace que vibren sus párpados.

    Beso que va a un porvenir
    de muchachas y muchachos,
    que no dejarán desiertos
    ni las calles ni los campos.

    ¡Cuánta boca enterrada,
    sin boca, desenterramos!

    Beso en tu boca por ellos,
    brindo en tu boca por tantos
    que cayeron sobre el vino
    de los amorosos vasos.
    Hoy son recuerdos, recuerdos,
    besos distantes y amargos.

    Hundo en tu boca mi vida,
    oigo rumores de espacios,
    y el infinito parece
    que sobre mí se ha volcado.

    He de volverte a besar,
    he de volver, hundo, caigo,
    mientras descienden los siglos
    hacia los hondos barrancos
    como una febril nevada
    de besos y enamorados.

    Boca que desenterraste
    el amanecer más claro
    con tu lengua. Tres palabras,
    tres fuegos has heredado:
    vida, muerte, amor. Ahí quedan
    escritos sobre tus labios.

    10. Vuelo

    Sólo quien ama vuela. Pero ¿quién ama tanto
    que sea como el pájaro más leve y fugitivo?
    Hundiendo va este odio reinante todo cuanto
    quisiera remontarse directamente vivo.

    Amar… Pero ¿quién ama? Volar… Pero ¿quién vuela?
    Conquistaré el azul ávido de plumaje,
    pero el amor, abajo siempre, se desconsuela
    de no encontrar las alas que da cierto coraje.

    Un ser ardiente, claro de deseos, alado,
    quiso ascender, tener la libertad por nido.
    Quiso olvidar que el hombre se aleja encadenado.
    Donde faltaban plumas puso valor y olvido.

    Iba tan alto a veces, que le resplandecía
    sobre la piel el cielo, bajo la piel el ave.
    Ser que te confundiste con una alondra un día,
    te desplomaste otros como el granizo grave.

    Ya sabes que las vidas de los demás son losas
    con que tapiarte: cárceles con que tragar la tuya.
    Pasa, vida, entre cuerpos, entre rejas hermosas.
    A través de las rejas, libre la sangre afluya.

    Triste instrumento alegre de vestir: apremiante
    tubo de apetecer y respirar el fuego.
    Espada devorada por el uso constante.
    Cuerpo en cuyo horizonte cerrado me despliego.

    No volarás. No puedes volar, cuerpo que vagas
    por estas galerías donde el aire es mi nudo.
    Por más que te debatas en ascender, naufragas.
    No clamarás. El campo sigue desierto y mudo.

    Los brazos no aletean. Son acaso una cola
    que el corazón quisiera lanzar al firmamento.
    La sangre se entristece de batirse sola.
    Los ojos vuelven tristes de mal conocimiento.

    Cada ciudad, dormida, despierta loca, exhala
    un silencio de cárcel, de sueño que arde y llueve
    como un élitro ronco de no poder ser ala.
    El hombre yace. El cielo se eleva. El aire mueve.

    Poema Bonus:

    Azahar

    Frontera de lo puro, flor y fría.
    Tu blancor de seis filos, complemento,
    en el principal mundo, de tu aliento,
    en un mundo resume un mediodía.
    Astrólogo el ramaje en demasía,
    de verde resultó jamás exento.
    Ártica flor al sur: es necesario
    tu desliz al buen curso del canario.

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