Como cada mañana a las 6.30 en punto, el tren partía desde la estación central rumbo a la ciudad.
Y todos los días, Julieta y Martin tomaban aquel tren y ocupaban los mismos asientos, lado a lado pero sin darse cuenta de la existencia el uno del otro.

Ella con su libro entre las manos sumergida entre mundos creados con tinta. Él con sus audífonos y la mirada fija en la ventana como queriendo encontrar algo nuevo en aquel paisaje rutinario. No se conocían pero formaban parte del ritual matutino y silencioso de aquel vagón.
Hasta que una mañana todo cambió.
El tren se detuvo de golpe en medio de la nada. Se escuchó la voz del maquinista por los desgastados parlantes, pidiendo paciencia a los viajeros ya que había sufrido un daño mecánico y la ayuda tardaría en llegar.

Así los minutos se convirtieron en horas. La gente suspiraba con impaciencia, revisaba sus relojes, escribían mensajes urgentes. Pero Julieta y Martín seguían ahí, atrapados en el mismo silencio de siempre.
Hasta que Martin, al no poder seguir disfrutando del paisaje, se sacó sus audífonos y observó a las personas que iban en el vagón, se dió cuenta que a que a su lado estaba una joven que llamó mucho su atención e hizo lo impensado.
—¿Qué estás leyendo? —le preguntó, señalando el libro que ella sostenía.
Julieta lo miró con sorpresa, saliendo del trance de concentración que le provocaba la lectura.

—Es… es una novela de viajes en el tiempo —respondió, dudando por un instante.
Martín sonrió y le dijo:
—Me gusta la idea de viajar en el tiempo. Aunque no sé si cambiaría algo en mi vida.
—¿Estás seguro? —preguntó Sofía, intrigada.
Él negó con la cabeza.
—Si cambiara algo del pasado, tal vez no estaría sentado aquí ahora y conversando contigo.
Ella se ruborizó por las palabras de Martín, pero continuó con la conversación. Hablaron de libros, música, de los sueños que aún no habían cumplido. Descubrieron que compartían el mismo amor por el café amargo y que ambos creían en las casualidades que no eran tan casuales.
Cuando por fin el tren arrancó, algo había cambiado, pero no en el paisaje sino en ellos.

Desde aquel día, los viajes ya no fueron silenciosos. Y el tren que antes los llevaba a la ciudad se convirtió en el cómplice de un amor que comenzaba a nacer.
Ambos se dieron cuenta de que a veces la vida te pone al lado de alguien especial y que solo hay que esperar el momento perfecto para descubrirlo.
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