En una bella ciudad rodeada de montañas y lagos llamada el Valle del Amanecer, vivía Rodrigo, un joven pastor de ovejas conocido por tener un corazón puro y una fe inquebrantable.
La Navidad estaba cerca y las familias preparaban sus hogares para celebrar el nacimiento de Jesús, iluminando las calles con luces y guirnaldas.

Rodrigo pasaba sus días cuidando el rebaño de ovejas que le heredó su familia en las montañas cercanas.
Le encantaba sentarse bajo un viejo eucalipto y tocar su guitarra mientras observaba cómo sus ovejas parecían alegrarse con cada canción.
Su abuelo solía decirle: «Recuerda, Rodrigo, que el verdadero pastor da su vida por sus ovejas, así como Jesús lo hizo por nosotros».
La noche de Navidad, mientras las campanas anunciaban la misa, Rodrigo notó que una de sus ovejas, la más pequeña de todas, no estaba en el redil. Preocupado, salió a buscarla a pesar del frío y la oscuridad.
Su madre le dijo: «Es peligroso salir ahora, búscala mañana», pero Rodrigo respondió: «No puedo celebrar la Navidad sabiendo que mi oveja está perdida y asustada».

Con una linterna y con la fe que le caracterizaba, se adentró en el bosque.
Mientras avanzaba, comenzó a caer una leve llovizna acompañada de neblina, lo que hacía más difícil encontrar a su oveja. Rodrigo recordó las palabras de su abuelo y oró: «Señor, guíame a encontrar mi oveja perdida y traerla a casa a salvo».
De pronto, escuchó un balido débil que provenía de detrás de unos arbustos. Al llegar, encontró a su pequeña oveja atrapada entre las ramas. Con mucho cuidado, la liberó y la abrazó.
En ese momento, una estrella fugaz cruzó por el cielo, dejando una estela luminosa. Rodrigo lo tomó como un mensaje, así que, acompañado de su pequeña oveja, decidió seguir a la estrella.

Después de caminar por diez minutos, llegaron a un pesebre iluminado en donde una joven pareja cuidaba a un recién nacido. Los pastores y aldeanos del lugar se habían reunido para contemplar al niño, cuyos ojos reflejaban una paz infinita.
La escena era muy parecida a la del nacimiento de Jesús y, con su oveja, se quedaron un momento a acompañar a la familia. Entonces, la madre del pequeño le dijo: «Has llegado en el momento perfecto. Este es Jesús, el Salvador, nacido para traer luz al mundo».
Conmovido, Rodrigo entendió que su búsqueda lo había llevado no solo a rescatar a su pequeña oveja, sino también a presenciar el milagro de la Navidad. Compartió con los presentes el pan que llevaba consigo, llenando el ambiente de una armonía fraternal.
Al regresar a la ciudad, contó a todos lo que había visto.
La noticia se difundió rápidamente, y los habitantes del Valle del Amanecer se unieron en una celebración llena de alegría y gratitud. Comprendieron que, al igual que Rodrigo había buscado a su oveja perdida, Jesús había venido al mundo para buscarlos y guiarlos con su amor.
Desde entonces, cada Navidad, Rodrigo recordaba aquella noche mágica.
Aprendió que la valentía y la fe pueden conducirnos a los lugares más maravillosos, y que el verdadero significado de la Navidad está en el amor y el sacrificio por los demás. Y así, bajo el resplandor de las estrellas, el Valle del Amanecer celebraba el nacimiento del Pastor de pastores, cuyo ejemplo viviría eternamente en sus corazones.
